Como diría Jack el Destripador, alias Jackie Dj, cortemos por lo sano y empecemos por el principio. Héctor Gloomberg fue el iniciador de esta saga de ilustres pensadores, llena de nombres que serán siempre recordados como los creadores de la mayor estafa del pensamento jamás concebida, y además bien remunerada, porque cuidado que cobran y cobraban. Todo empezó cuando Héctor, en la adolescencia, no se sabe muy bien por qué motivos, tuvo una idea. UNA idea, sólo una, la única que tuvo en toda su vida. Pero fue suficiente para llevar una vida desahogada. La genial idea consistía en un esquema que representaba de forma tosca el significado profundo de la arquitectura de las catedrales que a su vez remitía al sentido de la vida humana y del universo. El sentido del altar, de los bancos, de los confesionarios, de la pila bautismal, todo era una alegoría. Según este Gloomberg primigenio, estaba todo ahí; todo el misterio del cosmos al descubierto. Quiere saberlo todo de todo, la sabiduría absoluta, no hay problema, está a su alcance ¡Mire el esquema! ¡Contemple el esquema Gloomberg! Como dibujo no estaba mal. Daba para algunas charlas. Con él consiguió que el invitaran a algunas copas. Y sí, tuvo una segunda idea, pero esta no cuenta, es de segunda categoría, no me contradigo. Tuvo la ocurrencia, digo, de vivir de la primera idea, de la única idea, convertir a esa idea adolescente, absurda, en profesión.
Con este preciado material en sus manos, Héctor consiguió trabajo de profesor. La verdad es que no fue difícil. Contaba con el factor sorpresa. Los alumnos se renovaban cada año y, por tanto, siempre creían que asistían a la creación de algo nuevo, que se presentaba ante ellos una idea nueva, audaz, nunca pensada. Tal cual. Héctor se dedicaba una y otra vez a dibujar su esquema en la pizarra. Siempre el mismo. Luego hablaba. Lo explicaba. Hablaba mucho.Y en eso consistía todo el curso. ¡El esquema Gloomberg! ¡Qué más quieren señores! ¡Vean y asómbrense! Para cuando los alumnos ya estaban aburridos, pasaban a otro curso. Y llegaba carne fresca. Claro que a veces la cosa no funcionaba y habían miradas suspicaces de alumnos avispados. No importaba. Para estos casos, el primer maestro Gloomberg, tenía la solución. Grandes dosis de teatro, cierto sex-appeal, drogas si hacía falta y chistes fáciles relajaban el ambiente. Y si esto no funcionaba, estaba la jugada maestra, el jaque mate Gloomberg, esto es, siempre podía dedicarse a leer citas de autores profundos o, mejor todavía, proponer la lectura de textos y pasajes especialmente difíciles, incomprensibles, que él por supuesto ni había leído ni comprendido, bajo el pretexto de que su lectura era muy provechosa e imprescindible para comprender el esquema Gloomberg. Esto nunca fallaba. Los dejaba desconcertados. Incluso algunos abandonaban el curso porque decían que les superaba, que el esquema Gloomberg podía con ellos, que no estaban a su altura. Que era demasiado profundo.
El tiempo fue pasando, Héctor envejeciendo, y nada cambiaba. El esquema Gloomberg inamovible, acaso el gran maestro cambiaba una línea aquí, otra allí, porque quería hacer creer que todavía no era lo bastante preciso, que todavía estaba en ello. ¡Fíjense, todavía no hemos llegado al quid de la cuestión! ¡Mediten en sus casas de lo que hemos hablado! ¡Esta línea, esta línea es trascendental, lo cambia todo! Lo cambiaba todo excepto que seguía cobrando. Y así el esquema Gloomberg, esa idea adolescente, le permitió ganarse la vida, bastante bien, y vivir toda la vida de ella. Siempre se recordará su imagen, repetida una y otra vez, en clases, conferencias, cuadros y tertulias, de su mano alzada en la pizarra, frente al dibujo del esquema Gloomberg, mirando como mucho, demasiado, al vacío. Incluso con los ojos cerrados. Total se lo sabía de memoria, qué más daba.
Este gran estafador, inconsciente quizá, nunca lo sabremos, tuvo el privilegio de ser honrado el día de su entierro con una bonita loa, que empezaba así: "Héctor Gloomberg será recordado por todos los que le conocieron y amaron, como la primera persona en la historia de la humanidad que ha conseguido vivir toda su vida gracias a una sola idea, un solo dibujo, al celebérrimo e inigualable esquema Gloomberg... (y finalizaba)... Es más queridos amigos y familiares, este esquema es la herencia, el legado que deja a sus hijos, para que perpetúen la mayor estafa, la más sutil, la más provechosa, de la historia del pensamiento. El esquema Gloomberg siempre estará en nuestros corazones, así como su creador".
Como con esto no bastaba, inmortalizaron el esquema Gloomberg en la lápida, por si alguien se olvidaba. Enterrado bajo su esquema, bajo el peso de su única y lastimosa idea, ahí reposa. Mientras que sus descendientes continúan la saga de los maestros pensadores Gloomberg. Y continúan cobrando. Como si nada.
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