jueves, 17 de febrero de 2011

Escuela de cadáveres 1

Ya saben ustedes que hay dos tipos de muertos: los legales y los ilegales. Los legales no son delito y agrupan a todos los caídos por la patria, los soldados llevados al matadero, los ejecutados, los muertos en acto de servicio -y no se refiere a las funciones naturales en el reservado-, los reos de penas de muerte, los desaparecidos por el bien del país, los sacrificados por el bien general y todos los corderillos que los estados consideran prescindibles cuando les da la ventolera. No son delito porque precisamente ustedes ya saben o deberían saber que mueren para salvaguardar la ley y el orden, aunque no quieran hacerlo o ni siquiera sean conscientes de esta gloriosa función. Así se obtienen maravillosos crímenes legales y santificados por la ley, la iglesia, los partidos y los coleccionistas de cromos. Estos muertos son millones. Tanto da, nunca acaban en el juzgado y cuando lo hacen es con retraso y cuando no sirven de nada, excepto para llenar los telediarios. Los otros muertos, los ilegales, son los que ley declara asesinatos o homicidios, y no son millones, qué va, más bien pocos en comparación, aunque dan trabajo a jueces y abogados.

El problema básico de los muertos ilegales es el cadáver que queda. Un verdadero estorbo. No hay que subestimar la durabilidad del cuerpo humano. Cuando es desenterrado. muchas partes de él siguen conservándose. Así que los asesinos y homicidas tienen que apañárselas para hacer desaparecer el cuerpo del delito.

Un cadáver es un objeto enorme y cuya presencia se divulga rápidamente por el hedor que desprende. Si no lo saben, no se preocupen, en algún momento lo experimentarán en sus propias carnes. Enterrarlo en las ciudades no es fácil, tanta edificación no deja sitio, y en el campo enseguida se detecta por el rastro de la tierra removida. Las tumbas poco hondas expulsan a los muertos y si cavamos muy profundamente los vecinos van a sospechar, aparte de quejarse del ruido que hacemos a altas horas de la noche. Seguramente gritaran: "Estas nos son horas para hacer escándalo" "Queremos descansar". Una lata. Necesitamos más tranquilidad.

Tampoco parece muy buena idea llevar el cuerpo en el maletero y descargarlo en una consigna como si fuera un regalo para la abuela. Y, si, esconder el cuerpo en el jardín puede entusiasmar a los perros y aromatizar el huerto con extraños perfumes. Llegamos al desmembramiento, que es una tarea larga en la que todo se llena de sangre y trozos de todos los colores y tamaños. También es un fastidio y muy poco práctico. ¿El ácido? No es la panacea para hacer desaparecer el cuerpo. Y las bombas tampoco. Vaya usted a saber dónde van a parar los pedazos de la difunta víctima. La incineración no es mucho mejor, ya que deja intacta la dentadura y los dientes de oro. Los ríos y el mar tampoco son de fiar, todo flota y acaba apareciendo en una playa concurrida de turistas.

En conclusión, los envenenamientos y los falsos accidentes son lo preferidos si hay ocasión. Si la muerte parece por causas naturales, del cadáver se ocupa la propia funeraria y todo es legal e incluso moralmente perfecto. Se puede redondear con algunas lágrimas. Cuando sale bien, el muerto ilegal se convierte el legal y podemos estar orgullosos de hacer lo mismo que se hacía y en algunos lugares todavía se hace en las comisarías: cuando alguien es arrojado por la ventana desde un sexto piso, para que tome el fresco, se dice que ha muerto de "muerte natural". Naturalmente.